Herencia inmortal

El terreno lucía seco y árido lleno de bastante calor, pero un día, un murciélago dejó caer una semilla en un pequeño agujero, pasó el verano y llegó el señor invierno con sus lluvias de mayo, la semilla comenzó a fortalecerse recibiendo la fertilidad de la tierra y la humedad de la lluvia. A los pocos meses una ramita tímida pero alegre, fue saliendo poco a poco a conocer el mundo, levantó sus alas como un pajarillo queriendo volar para conocer la tierra, pero no podía. Un rayo de sol la saludó, le dio la bienvenida y por las noches la señora luna la bautizó con una noche estrellada, donde la brisa fresca del viento, la hacía dormir. Por la mañana, se daba cuenta que más piezas de su vestido verde comenzaban a adornar su cuerpo, sentía que su cuello iba creciendo y sus raíces, cual zapatos de gigante, se bifurcaban bajo la superficie de aquel terreno árido, pero que ahora tenía un habitante verde. Las hormigas saludaban a la plantita y hacían estaciones para poder platicar por ratos. Y así pasaron los días y meses, y la plantita seguía creciendo. Vino la primavera y la maquilló con flores perfumadas que fueron la sensación gustativa de las abejas y colibríes. Ahora, sus ramas eran brazos potentes, que irradiaban felicidad imponente. Una golondrina solicitó permiso para anidar, pues desde lo alto de sus ramas se observaba el mar, y por las noches se miraban las estrellas.

 Dentro de poco tiempo, los pericos regaron la noticia de que había un nuevo árbol, lo que produjo una visita copiosa de turistas que llegaban para descansar en sus acogedoras ramas. Los canarios hicieron su apartado, luego llegaron las ardillas que saborearon los primeros frutos de la primera cosecha y que decir de los ruiseñores y palomas silvestres. Todos estaban encantados de hacerle compañía y de vivir en  ese lugar. El terreno por otra parte, se convirtió en un sitio muy acogedor, otras plantas comenzaron a nacer, pues los murciélagos transportaban muchas  semillas de  sus viajes a otros lugares, traían semillas de árboles frutales, de plantas ornamentales lo que contribuía a cambiar el panorama árido de aquel lugar. Se me olvidaba decirles que hasta cabello verde le salió al terreno y un pequeño riachuelo había brotado, el cual serpenteaba como un adolescente aquel panorama verde.

El árbol se sentía feliz, pues tenía muchos amigos, no estaba solo y podía ´purificar el aire y dar alimento a sus amigos. Todo era alegría, hasta que un día, una sombra negra, pasó por el lugar y dirigió sus pasos hacia el árbol, lo quedó viendo con ojos criminales y luego se marchó. Sus huellas quedaron marcadas en la tierra arcillosa como presagios de malas noticias. El árbol entristeció. El señor búho, que estaba observando sabía lo que iba a suceder, por lo que conversó con él durante toda la noche. Le dijo que no tuviera temor, pero que  moriría,  cortarían primero sus ramas y después su tronco, y hasta arrancarían sus raíces, por lo cual le recomendó, que pidiera ayuda a sus amigos, para que guardaran las mejores semillas y que las depositaran en otros terrenos de todo el mundo. La noche pasó, como la de un prisionero que va a ser fusilado. A la mañana siguiente, un grupo de hombres, con unas motosierras empezaron a destrozarlo, un grito en silencio se escuchó como un lamento fúnebre. Los hombres hicieron su trabajo, se llevaron la mejor madera y dejaron unas pocas ramas que aun conservaban la savia.

 El daño estaba hecho y parecía que todo llegaba a su fin, pero sus amigos habían trabajado toda la noche, unos guardando la semilla  en sitios secretos y otras la dejaban caer en sitios áridos y secos. El tiempo pasó y el terreno se fue muriendo poco a poco, pero en otros lugares,  nuevos árboles habían nacido y nuevos terrenos dejaban de ser áridos.

La naturaleza sabia también era resiliente y tenía sus armas para mantenerse verde e inmortal.

Autor:

Lic. Carlos Hernández

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